Por Claudio Andrade
El hombre tuvo su momento y lo malogró.
No conforme con eso malogró también las posibilidades de las mujeres. Con saña. Con estupidez a la enésima potencia.
No importan cuánto nos disculpemos por nuestros errores y barbaridades cometidas, nunca será suficiente.
Una parte del feminismo exige igualdad, pero estoy persuadido de que la igual es injusta como reparación histórica.
Un 50% y 50% es desigual después de miles de años de dominación masculina por medio de la fuerza, la brutalidad y la furia contra la mujer.
Propongo que los hombres quedemos reducidos a nuestra mínima expresión.
Las estadísticas no son caprichosas, más del 90% de los actos de violencia están protagonizados por hombres.
La historia del siglo XXI puso en evidencia, mientras las puertas de la paridad se abrían, la enorme capacidad de organización, liderazgo y resiliencia que posee la mujer.
Si los hombres fueran verdaderamente empáticos deberían, por ejemplo, apoyar las candidaturas de cada mujer que se postula a cada cargo este 21 de noviembre: presidente, diputados, senadores, consejeros.
Mi voto será femenino en todos los casos. Confío plenamente en la capacidad de las mujeres que se proponen a sí mismas para conducir, legislar y administrar el país.
Si tuviera que ir a la guerra, iría con una mujer.
Porque cuando una mujer dice que sabe, lo más probable es que así sea.
El mundo no cambiará hasta que las mujeres finalmente lo gobiernen. Las empresas que más contaminan, los más horrorosos gobiernos, las más increíbles estafas, han sido y son protagonizadas por varones.
Hay excepciones, por supuesto, pero no hacen más que confirmar la regla.
Si los hombres queremos construir una sociedad más justa debemos empezar por cambiar nuestra posición de privilegio, ganada a punta de golpes, abusos y relaciones con otros hombres.
El tiempo de la mujer está aquí, avanzar como civilización, quedará en sus manos.
Por fin, quedará en sus manos.
