Un recuerdo en el Día del Periodista que se festeja en la Argentina

7 de junio de 2021

Por Claudio Andrade

Por aquellos años oscuros de fines de los 70 mí padre, Nino Andrade, y Alfredo Fernández, apuraban palabras sobre una máquina de escribir.
Escribían a dúo. Se reían. Corregían. Mejoraban el texto que iba quedando plasmado en el papel.
La máquina hacía su característico sonido de imprenta a un ritmo brutal. Lo que tenían entre manos era una noticia y había que darla pronto en la radio de Puerto Natales.
La radio era su internet. La velocidad con que hoy trabajamos los periodistas ya estaba implícita en la labor radial.
Eran también los años del gran Jorge Antonio Silva que nos salvaba a todos de la lejanía, la modorra y la ignorancia, con su información al dente.
Su voz se convirtió en un sello. Su timbre en una ventana que abría el mundo.
Cómo así también la de Fernández, hija del cigarrillo y la modulación, que lo intuía todo y por lo tanto lo sabía todo de un oficio que se funda en la letra y la letra en el éter.

Cuando pienso en periodistas pienso en ellos. También Tom Wolfe, Gay Talese, Boston Globe, y otros.que dejaron su marca indeleble.

Tom Wolfe el biógrafo del Nuevo Periodismo

Gay Talese, retratista de historias impactantes.


Víctor Utreras, colega que también debe llevar delante de su nombre el título nobiliario de «gran», me contó el otro día que disfrutaba de las crónicas muy singulares que hace un par de décadas o más le entregaba mí padre.
Sé que Nino era feliz escribiendo. Dándole forma a una crónica de sociedad o deportiva. Construyendo desde la nada.
Releía los textos en voz alta para «ver» cómo sonaban, porque el periodista, como el poeta, sabe que el sonido es una clave y a veces supera al dato en importancia.
Si suena bien, es que está bien, creo que decía Borges.
Fui testigo de esos encuentros dónde se gestaba la magia de la información.
Muchas veces.
Y la pasión del entrecruzamiento nunca faltó.
Ahora mismo parece que todo aquello sucedió hace miles de años.
Cuando Magallanes era un pueblo y no figurabamos en las agendas de Santiago ni en las de los turistas del Primer Mundo.
Por esas vueltas, últimamente me encontré y conversé con otros profesionales de fuste. Utreras, claro, el staff de El Tirapedras, Lorena Silva Gómez, editora de El Crisol, Checho Aguilante y mí socio en la aventura de Zona Zero y reconocido conductor de BDR, Mauricio Vidal. Tampoco quiero olvidar a Guillermo » Goyo» Muñoz uno de los cronistas y críticos de cine más eruditos que conozco.
A su modo cada uno intenta desentrañar cómo seducir la mirada, la atención de la audiencia. Que siempre es la «nueva» audiencia.

Al charlar por Whatsapp compartimos ideas, planes y tácticas. Hablamos mucho los periodistas de cómo hacer periodismo. Cómo hacerlo mejor y más impactante. Mejor y más profesional.
De este modo extraño se nos va la vida. Contando la vida de los demás pasan los años propios.
En la billetera casi nunca hay dinero, pero quedan las experiencias, las entrevistas con gente de lo más variopinta, los paisajes recorridos, las noches en vela.
Esta misma semana le contaba a mí estimado Javier Ruiz, que años atrás viaje junto a la banda de rock argentina Divididos a Londres. O que tomé un largo desayuno con Julio Bocca en un resort de Neuquén.
Me faltó relatarle que dormí en la calle en Buenos Aires para escribir sobre la marginalidad en los 90 del menemismo en la Argentina. Siendo yo un muerto hambre entrevistaba a quienes estaban un poco peor. Paradojas del oficio.
Tal vez por esta dinámica inagotable es que los periodistas se muestran tan bien preparados para hacer cualquier cosa. No hay papel en el teatro de la vida que no seamos capaces de interpretar.
Tal vez por eso mismo, vivimos y morimos detrás de la noticia esquiva. Hasta perdernos en el horizonte. Como Llaneros Solitarios.
La noticia, un santo grial que jamás llega a pertenecernos demasiado tiempo.
Feliz día entonces a la banda del Titanic.

Escrito por: Claudio Andrade @CatClaudio