Talibanes, Eichman y la banalidad del mal [Columna de André Jouffé]

22 de agosto de 2021

Con motivo de las circunstancias actuales centradas principalmente en Afganistán, vuelve a tomar auge el Ensayo sobre la violencia de Hannah Arhrend.

La autora de “Eichman en Jerusalén” o “Un informe sobre La banalidad del mal” fue acuñada por la, filósofa y teórica política alemana de origen judío, ​en su libro sobre el juicio a Otto Adolf Eichman

La filosofa no cree en la alevosía en ciertas situaciones salvo en determinados casos de obediencia debida.

Las noticias están centradas en los talibanes conservadores-no todos lo son-y a las violaciones actuales de los derechos de la mujer.

Olvida el mundo occidental,  que  por ejemplo a Ibrahim al Souda le se ocurra castigar a su esposa con el uso del burka, que le permite ver el mundo a través de una rejilla. Es la mujer que se lo pone a diario y así lo aprendió de sus padres abuelos y una dinastía de centenares de años. Son costumbres, que con talibanes más ultra en el siglo XX y XXI, les limitan acceso al estudio y a la vida normal.

De un día para otro por orden las Naciones Unidas un país no va a cambiar sus hábitos especialmente disfrazados de religión, Es un tema que tendrá que ser condicionado. Y por la vía violenta está lejos de conseguirse.

Ni siquiera en las masai en Kenya  se escurre un atisbo de rebelión ante la mutilación sexual que es practicada en varios países africanos como herencia de proteger la fidelidad de la pareja en las largas ausencias del macho en épocas bélicas.

Hasta en los judíos prevalece la circuncisión que bíblicamente fue para prevenir enfermedades. Más hoy, el Sida se contrae con o sin prepucio. Para muchos judíos renovadores, consiste también en una mutilación. Para usar el preservativo tampoco es necesario pasar el por corte rabínico que es casi medieval.

Y es traumático pues cuando siento   la proximidad de una gripe me sobreviene algo extraño en mis genitales, es como un recordatorio. Las razones higiénicas eran válidas ayer, hoy la gonorrea la afecta por igual.

En Eichman en Jerusalén Hannah es enviada por el New Yorker a cubrir el juicio y su análisis es retribuido con el corte del 80 por ciento de la comunidad judía con la mujer que escapó de Auschwitz para convertirse en un referente en varias materias filosóficas, más profundas que Susan Sontag.

En el preciso caso de Eichman, Hannah se limita a decir: “Bastaba con encontrarlo en las afueras de Buenos Aires y asesinarlo. No montar el show de un secuestro, llevarlo ante un tribunal, instalarlo en una caseta de cristal para “proteger a la audiencia”. Algo que considera despreciable.

Pero antes de que se sulfure la comunidad, es importante subrayar que el condenado jamás se arrepiente de haber cometido el crimen de crear las cámaras de gas. Y lo enfatiza que lo habría hecho para cualquier superior. El simplemente cumplía órdenes; no estaba ahí para juzgar el bien o el mal.

Explica Ahrend: “El en ningún caso pensó en las consecuencias de lo que estaba haciendo, simplemente acató sin pensar. Si lo hubiese hecho por la Mossad, habría cumplido la instrucción sin chistar.

Entonces, sí, es un asesino burócrata, menos malo de los que escribían a máquina  Underwood los informes de quienes eran torturados en Chile pues aquí se disfrutaba el mal.

Sacrificios humanos son ancestrales, o incomprensibles que ocurran hoy. Pero acaso Guantánamo, Villa Grimaldi, las cárceles árabes y judías, Argel, no fueron hechos más alevosamente que el shaddor o la burka.

Ahora la diferencia radica en las armas de por medio, para obligar por intermedio del terror el impedimento de la igualdad de los sexos. Para que los talibanes comprendan eso solo quizás, don dinero, pueda convencer a los líderes. Hasta el temible ayatola Komeini cayó en el negocio más antiguo del mundo, más que la prostitución incluso, el trueque.

Escrito por: André Jouffé, periodista.