Se fue Jackson: ¿ahora qué? [Por José Benítez Mosqueira]

14 de agosto de 2023

Hace más de dos mil años, el 49 antes de Cristo, Julio César dio un paso definitivo en sus pretensiones políticas: cruzar con su legión el río Rubicón y enfrentar a Pompeyo en Roma, pese a la prohibición expresa que tenían las tropas del norte de pasar la línea fronteriza de Italia con la Galia Cisalpina.

Montado sobre su caballo, en la ribera norte del río, Julio César sopesó las consecuencias que entrañaba tal acción, y luego de un momento de reflexión, decidió vadearlo, pese a que eso implicaba en la práctica iniciar una guerra civil fratricida en la capital del imperio.

Fue ahí donde dijo su célebre frase: Alea iacta est -la suerte está echada- significando con ello que ya no habría posibilidad de dar un paso atrás. Aun así, marchó sobre Roma, y sin derramar una gota de sangre provocó la huida de sus adversarios hacia España, hasta donde los persiguió para derrotarlos definitivamente. 

Traigo a colación este episodio histórico como una forma de tratar de entender las decisiones que viene tomando desde hace algún tiempo la oposición al actual gobierno. Todo indica que corresponde a un diseño político que se comenzó a fraguar, lenta pero sostenidamente, al día siguiente de que Boric se instalara en La Moneda con un programa que prometía cambios y transformaciones.

El ánimo refundacional de la coalición oficialista nunca le resultó fácil de digerir a la derecha refractaria, que se guareció desde el retorno a la democracia en el gatopardismo clásico que la caracteriza, que crea la ilusión del cambio, pero en verdad todo se mantiene igual por los siglos de los siglos.

Así están desde el día dos, taimados, molestos, irritados, porque a diferencia de los gobiernos de la transición, éste no les consulta nada, cuestión que resulta inaceptable en un sector acostumbrado a ejercer un paternalismo extremo, en el cual no tienen cabida las visiones progresistas de cómo conducir el país.

La tutela política permanente de la derecha y el deseo de un tercio de la ciudadanía de alejarse de ella, ha sido históricamente un foco de conflictos, guerras civiles, asonadas golpistas, masacres contra trabajadores, opresión a las mujeres y minorías sexuales.

Las huestes frenteamplistas han cometido los errores propios del deseo legítimo de querer cambiar el estado de las cosas. Han sido presa fácil de la ansiedad que produce intentar avanzar en las reformas y chocar una y otra vez contra el muro de intereses económicos, religiosos y políticos que han levantado los poderosos desde los albores de la República.

Se dicen muchas cosas de cómo el movimiento estudiantil nacido en las calles logró llegar a gobernar Chile sin tener muchas probabilidades de hacerlo en el corto plazo. Algunos lo atribuyen a la alineación de los astros, que puso en carrera en la última competencia presidencial a candidatos mediocres. Otros responsabilizan al nefasto segundo mandato de Piñera y a la fuerza que tuvo el estallido social. No faltan los que creen que era Boric o Kast, por lo que una mayoría circunstancial optó por el mal menor.

Sea cual sea la razón, lo que no se puede permitir es la cohabitación a que ha sido arrastrado el Ejecutivo, que ha cedido una y otra vez a las presiones y cantos de sirena de la derecha, que sistemáticamente se ha empeñado en destruir, con aparatosas y falsas acusaciones constitucionales, al círculo más cercano al Presidente, so pretexto de que su presencia impide avanzar en las reformas que exige la ciudadanía para mejorar su calidad de vida.

El más reciente fue el ministro de Desarrollo Social, Giorgio Jackson, que fue obligado a renunciar a esa cartera luego de que se conociera públicamente que militantes de su partido Revolución Democrática accedían irregularmente a recursos públicos desde fundaciones y corporaciones de dudoso interés ciudadano.

Hasta ahora los inquisidores no han logrado probar su participación en algún ilícito, pero sí consiguieron transformar su presencia en la excusa perfecta para entrabar el avance legislativo de las reformas y negarse a dialogar con el Gobierno.

Luego de un mes, Jackson no soportó la presión y renunció a su cargo para no seguir siendo un obstáculo a los acuerdos que se deben tomar en el Congreso, aunque a la luz de las declaraciones del fin de semana de personeros de oposición, la inmolación política del ministro no suavizará en nada la tozudez de la derecha, que ha hecho del obstruccionismo su arma predilecta para impedir que retrocedan un milímetro sus privilegios.

Lo cierto, señor Presidente, es que usted cruzó el Rubicón el 11 de marzo de 2022 y su suerte está echada. De aquí en adelante depende de usted dar un golpe de timón y cambiar el rumbo pauteado por la derecha. No hacerlo es aceptar el cogobierno y seguir avanzando cabeza gacha hacia el despeñadero de la intrascendencia histórica.                                        

Escrito por: José Benítez Mosqueira, periodista.