En una sociedad bombardeada por estímulos diversos, el relato que construya la coalición gobernante es fundamental para cumplir lo prometido en su programa. Ahora, el tiempo disponible para allanar el camino hacia ese objetivo no es infinito y avanza a contrarreloj frente a las expectativas de la ciudadanía.
A ocho meses de su llegada a La Moneda, los partidos políticos y grupos afines al Presidente Gabriel Boric están intentando reorientar su labor luego de la estrepitosa derrota del 4 de septiembre pasado, que no solo alejó la posibilidad cierta de tener una nueva Constitución, sino también impactó bajo la línea de flotación del programa.
Con esa espada pendiendo sobre sus cabezas llegaron este domingo a la residencia presidencial de Cerro Castillo el jefe de Estado, sus ministros y ministras, parlamentarios oficialistas y algunas otras autoridades nacionales y comunales. Ellos y ellas, mejor que nadie, saben dónde les aprieta el zapato e intentan suavizar el cuero para evitar que el roce constante les hiera la piel.
Son dos almas conviviendo bajo el mismo techo, Apruebo Dignidad y la ex Nueva Mayoría, derrotada inapelablemente en las urnas, pero que a poco andar encontró la manera de subirse al carro de la victoria y hoy por hoy ha retomado la manija del poder y se siente con derecho a tutelar el gobierno de quienes consideran sus hermanos menores, más rebeldes, con menos experiencia, pero legítimamente mandatados para llevar adelante las transformaciones que demandó el pueblo en las calles.
Esa es la historia y así se estaba escribiendo, lo que vino después -incluido el fracaso de la Convención Constitucional- fue la exacerbación interesada de ciertas externalidades negativas que se venían arrastrando por décadas y que la derecha consiguió endosárselas al Ejecutivo, como si hubiesen surgido con posterioridad al 11 de marzo y no solucionarlas fuese de su exclusiva responsabilidad e inacción.
En esa bolsa de problemas, a esta altura crónicos, están la delincuencia desatada, la salud pública sobrepasada, la educación municipal quebrada, las pensiones miserables, la inflación que hace cada vez más insostenible la vida de las familias, la violencia de distinto signo que se tomó la Araucanía y el Norte Grande, la inmigración desordenada y un largo etcétera.
El relato de dos coaliciones intentando gobernar sin estar unidas y convencidas de la profundidad del cambio que deben producir, se está consolidando por el actuar comunicacional y político de la derecha, más la acción desestabilizadora de algunos actores empresariales y grupúsculos populistas que operan al amparo de quienes no creen en la democracia y añoran el retorno del autoritarismo conservador y la dictadura cívico-militar.
Con el fantasma del fracaso rondando, los asistentes a la cumbre dominical del oficialismo se comprometieron a dejar atrás las rencillas pequeñas para abocarse a la gran tarea de la unidad y a construir un relato que le haga sentido a la gente que votó por un gobierno progresista y hoy está frente a una versión aguachenta, descolorida y timorata.
Pese a las buenas intenciones, los oídos de algunos continúan escuchando aquello del “realismo sin renuncia” acuñado por el bacheletismo postrero, que se terminó conformando con las migajas que le arrojó la oposición y franqueó el retorno de Sebastián Piñera.
Lo que vino después es sabido por todos y no debe repetirse, un buen mandatario tiene la obligación de conocer las lecciones del pasado reciente y aprender de ellas. Gabriel Boric y sus compañeros de ruta sabían que no sería fácil navegar en las aguas turbulentas del Chile post estallido social, pero los golpes de timón que debe dar son para recuperar el rumbo, no para perderlo. De ahí que es fundamental (re)instalar el relato de un progresismo sin renuncia y no conformarse con los pasitos lentos e insustanciales de la socialdemocracia, que últimamente prefiere que la identifiquen bajo el rótulo de socialismo democrático.