Agarrarse de cualquier cosa para golpear. Husmear permanentemente para pegar y pegar a la más mínima oportunidad. Generar un discurso de crítica permanente. Salir a atacar semanalmente a alguna autoridad, tratarlos de manera ofensiva y humillante. Mostrarse como un iluminado, como alguien superior en términos intelectuales y morales. Querer imponer su verdad para que el resto también deba creer lo mismo. Algo parecido a los talibanes y sus ilógicas prohibiciones. Así se comporta el personaje tipo de un sector de la política extrema que sencillamente no quiere avanzar.
Lo bajo de sus actos solo se potencia y se convierte en «grandilocuente» con la cobertura de un medio que tenga el mismo perfil. No es difícil poder concluir dicha realidad a nivel local. Y colocar en una de sus páginas al rostro amigo de una ideología añeja que tan solo busca el romper y romper, para que entre esas migajas que van saltando pueda agarrar algo de simpatía de quienes pudiesen pensar parecido. Extremos sin ideas de progreso. Sólo socavar el terreno para que la casa se vaya cayendo. Y luego aparecer como una especie de salvador de las circunstancias para, obviamente seguir haciendo lo mismo.
Lo más triste de todo, es que lo sabe. El tipo del perfil maquiavélico lo sabe, Porque está preparado para eso. O porque sencillamente el talento nunca lo tuvo y solo crea algo de «ahorro» en términos políticos buscando lucirse entre tanta oscuridad, a punta del ataque y la desidia cotidiana. Arma en mano buscando a quién pegarle para ir resquebrajando el piso. Y la línea es clarita a lo largo y ancho del país. Acá en Magallanes dicha representación ya fue adjudicada. Una performance que será recordada en los próximos años como el peor momento en la historia de la política. Con malos representantes, con la violencia a flor de piel, con la humillación y el descrédito como su único talento y ventaja. Nada que envidiar en todo caso. Y mucho para guardar por si alguna vez la memoria se poner frágil, como tantas veces.
Y por el otro lado, incluso al interior de quienes están en el poder, está el otro perfil. El que quiere más, el insatisfecho políticamente hablando. El que tiene cargo pero no trabaja, o no cumple con lo que debe hacer. El que filtra información desde adentro de un gabinete. El que es capaz de entregar pantallazos de un WhatsApp privado con tal de congraciarse con un medio de comunicación e intentar sacar de su puesto a un superior. Pero no solo busca afectar a una (o varias) personas que supuestamente son «compañeros», si no que busca el beneficio propio. Sin importarle el costo que eso podría generar, en todo ámbito.
Eso, a veces escapa del análisis político netamente. Si no que, traspasa el límite del cómo me comporto como ser humano. De mi crianza, de lo que me enseñaron en la sala de clases, en mi entorno, lo que me aconsejaron mis viejos, mis profesores, o mis propios amigos… (si es que tienes conciencia del concepto de la amistad). La política, o la cancha en la que se juega, tiene que ver con eso y esas separaciones se han hecho varias veces pero por pura conveniencia, nada más.
Uno se comporta bien, o se comporta mal. Es leal o no. Está con los que quiere estar o se va. Así de simple. Blanco o negro.
En un estudio de las universidades de Colonia, Groninga y de Columbia, se presentaron dos concepciones diferentes del poder: La primera plantea al poder como influencia y se expresa a través del control sobre los demás, lo que podría implicar ser responsable de los demás. La segunda, por el contrario, plantea el poder como autonomía. Es decir, una forma de poder que permite a una persona hacer caso omiso y resistirse a la influencia de los demás y por lo tanto dar forma a su propio destino.
Distintas, muy distintas formas de ver el poder.
Además. para desarrollar el estudio se preguntaban: ¿Cuál de estas cosas, la influencia o la autonomía, son capaces de satisfacer el deseo de poder de las personas?
Pareciera que ambos perfiles antes mencionados buscan ese poder a través de artimañas que solo confirman el mal momento de la clase política en nuestra realidad. Que en otras ocasiones ha resultado, pero que hoy en día hace más daño que nunca.
Estos perfiles, soberbios y con malas intenciones, finalmente tienen corta vida. Pero el basural y la pestilencia que van dejando provocan desorientación, y al mismo tiempo que un porcentaje de la sociedad crea que estas acciones son normales o aceptables. Ven al poder como influencia y tratan de obtener el control sobre los demás, es decir, ser responsable de los demás. Si fuera así, que alguien nos ampare…
Siempre he visto el poder, como «el poder hacer». Y eso tiene relación con la autonomía. Con la sensación de hacer lo que a uno le parece correcto y no por el simple hecho de tener mayor influencia para ejercer el control sobre los demás, y querer que las cosas se hagan «a mi pinta».
Lo que más falta hoy en día, es talento. Esa especial capacidad intelectual o aptitud que una persona acepta que tiene y que lo ocupa para el bien general, y no individual, o para unos pocos. Peor si ese escaso talento se utiliza para dañar al otro o para hacerme ver superior. Y ese tan escaso bien no se encuentra a la vuelta de la esquina, ni inventando personajes que luego serán pasados a tirar a la fosa del olvido.