Infructuosas terminaron siendo la carta anónima en apoyo a la gestión de Carolina Herrera, la solicitud de firmas para que siga al mando de la seremía, los telefonazos a Santiago, y la búsqueda de apoyos en los partidos oficialistas. Incluso se rumoreó días previos a que se cumpla el plazo puesto por el delegado, que la autodenominada «amiga del Presidente», podía seguir al mando de la cartera a nivel local. Lo intentaron varios cercanos y militantes del Frente Amplio. Pero lo cierto es que la situación no daba para más.
Y aunque públicamente una vez más se intentó plantear que Herrera de manera voluntaria presentó su renuncia (ya lo han hecho en comunicados de anteriores remociones como la de Luz Bermúdez y Arturo Díaz), la verdad es que la renuncia queda firmada y aceptada al momento que se nombra a una autoridad. Los cargos de confianza política como el de ministro o seremi tienen esa característica. Y la idea de no «dejar mal» frente a los medios y a la opinión pública a una ex autoridad política hace que mantengan ese poco sincero formato de información.
Además, si de verdad Herrera hubiera querido renunciar de manera voluntaria como se dice, lo debería haber hecho hace varias semanas. No tendría que haber dado la polémica entrevista a La Tercera, no debió haber dicho que ella era a la que hostigaban los funcionarios, y no debió haber buscado apoyos para que la mantuvieran en el cargo, por ejemplo.
Cuando un Gobierno decide sacar a alguien es finalmente por fuerza mayor, o porque se entiende que políticamente es inviable el mantenerla. Menos cuando el ambiente laboral en una repartición se transforma en algo negativo, y donde las denuncias parecieran que están fundamentadas, y certificadas además por un órgano externo.
Queda claro, en todo caso, que no hubo comprensión política desde un principio de la crisis en Cultura, no solamente por parte de la ex seremi, si no que además de las propias autoridades que dejaron que el tiempo pasara y que los problemas se fueran agrandando cada día más.
Por último, algo positivo para la administración Boric, y es que el delegado presidencial, José Ruiz Pivcevic, se fortaleció como figura del Gobierno, y cumplió con lo que se comprometió frente a los dirigentes representantes de los funcionarios. Hizo lo que debía hacer, entendiendo que no podía seguir apoyando a una integrante del Gabinete Regional que más que ser un aporte, le estaba generando problemas e incomodidades. Políticamente no había otro camino.