Por La Nación de Argentina
Cae el telón sobre uno de los grandes editores periodísticos de la historia argentina. A partir de ahora, Jorge Lanata brillará en la selecta galería junto con otros tan descollantes como Natalio Botana, Jacobo Timerman y Héctor Ricardo García. Como ellos, construyó su celebridad no solo con talento y creatividad, sino también con intensas polémicas y contradicciones que le depararon odios y amores incondicionales.
Después de una larga internación, que empezó el 14 de junio tras descompensarse durante un estudio de rutina, no pudo recuperarse y murió hoy a los 64 años. Irreverente, caprichoso, histriónico, valiente, siempre lúdico y audaz, Lanata se hacía notar con su figura voluminosa, su lengua mordaz y su mirada triste. En cualquier ambiente donde entraba, jamás pasaba inadvertido. Muy justo o arbitrario, según la ocasión, su capacidad infatigable para embestir era su marca registrada. Gran preguntador, eximio polemista y con un abanico muy grande de intereses -además de la política y de la alta cultura hasta el chimento más intrascendente, todo le interesaba-, Lanata irrumpió muy joven, en los años 80 del siglo pasado, en el escenario mediático con un crescendo que nunca más se detuvo hasta su último aliento.
Las graves enfermedades que castigaron su cuerpo –neumonía, arritmias, bloqueo del nervio femoral, trasplante de riñón y hasta un leve infarto– no fueron un obstáculo para seguir adelante con su vorágine laboral. Tampoco para que abandonara su vicio de fumador empedernido ni aun cuando estaba en el aire. Sufrió apneas, diabetes, Gripe A y hasta debió movilizarse en silla de ruedas o con bastón. “Estoy vivo de pedo”, reconoció en el programa Hablemos de otra cosa, en el que se le leyeron los dos primeros párrafos de esta nota necrológica. Eso fue en 2019 y ya era una “bomba de tiempo” que exigía tomar recaudos periodísticos para estar preparados si acaso sucedía lo peor. Pero al igual que Diego Maradona, o hasta hoy Charly García, Lanata resurgía de sus propias cenizas después de cada susto y salía adelante. No le tenía respeto a sus problemas de salud ni tampoco a los de los demás: no le importó ser centro de una gran polémica cuando dio la primicia en su programa de radio acerca de que Wanda Nara sufría una grave enfermedad. Desde la pandemia, no volvió más a la radio y montó un estudio en su coqueto departamento en el Palacio Estrugamou, desde el que salía al aire con su Lanata sin filtro.
Contra viento y marea jugó esa ruda pulseada con intermitencias –sus internaciones se fueron haciendo cada vez más frecuentes, hasta esta última–, pero sin abandonar del todo la vidriera pública. Tal combinación de afecciones y tan desaprensiva manera de cuidarse lo habían convertido en una bomba de tiempo que podía estallar en cualquier momento. En los últimos años, la salud le deparó sucesivos calvarios: desde sufrir dolores intensos y permanentes en las terminaciones nerviosas de sus piernas, que los sedantes apenas atemperaban, hasta virulentas infecciones urinarias, que se agravaban por su condición de trasplantado o problemas respiratorios y cardíacos, como el que sufrió durante un estudio en el Hospital Italiano y derivó en su última internación, a mediados de junio.
La vena irónica y filosa nunca lo abandonó. Prueba de ello es que pocos días antes de una de sus últimas internaciones se trenzó con el presidente Javier Milei, luego de que lo acusara de “recibir sobres” por criticar la supuesta participación del embajador israelí Eyal Sela en una reunión del comité de crisis en el marco del conflicto bélico en Medio Oriente. Lanata cuestionó las medidas del primer mandatario, lo denunció penalmente y aseguró estar “preocupado” por el futuro del país.