Ante más de 100 personas se desarrolló el viernes pasado el evento “La Derecha Rebelde, contra la opresión” en “El Arriero” de Punta Arenas. No fue un encuentro político más. Hubo consignas, aplausos, exclamaciones a favor del discurso de los disertantes y un ambiente distendido, muy abierto a escuchar.
“La Derecha Rebelde” tiene el sello de la familia Kaiser y del propio Johannes, claro, pero va más allá del propio Partido Nacional Libertario y de la figura de un político joven y disruptivo que podría terminar siendo presidente de Chile en pocos meses. Aun queda una contienda por delante que tendrá a Evelyn Matthei y José Antonio Kast como competidores directos.
De hecho, no hay una imagen de Johannes en todo el encuentro y su nombre no fue pronunciado durante las intervenciones. La palabra Johannes apareció de boca de su hermana Vanessa en el almuerzo que antecedió a las exposiciones. Y lo hizo de un modo delicado y sabio. Palabras más, palabras menos, dijo, a un grupo de invitados, que ella y su hermano entendían que el actual proceso (político electoral) que llevan adelante se explicaba en un “dar lo mejor de sí mismos” y esperar que las cosas se desarrollen. “Yo le digo a Johannes, podemos ganar, podemos perder, pero debemos tener la convicción de que entregamos todo, ofrecimos lo mejor que teníamos”, indicó Vanessa a un grupo de comensales en una charla bastante íntima por lo demás.
Es raro que un actor político deje sobre la mesa este tipo de conclusiones. Frases sin cassette, como se decía años atrás cuando lo analógico todavía era parte de nuestras vidas. Una evidencia más de que los Kaiser son de “otro palo”. No son casta, como diría el presidente argentino Javier Milei.
El evento estuvo liderado por el escritor y pensador Nicolás Márquez, por la abogada y ex constituyente Rocío Cantuarias, Adolfo Paúl y la propia Vanessa Kaiser.
“La Derecha Rebelde” abarca múltiples aspectos de la sociedad actual y cada uno de los participantes deja un párrafo –en llamas, intenso, profundo– sobre lo que ocurre a los chilenos en estos años así como también a los argentinos. La figura del presidente Milei es revisada y aludida en varias ocasiones. Hasta se vende una biografía del mandatario argentino en una mesa donde son presentados varios libros.
En este último segmento del encuentro es Márquez quien se carga al hombro la atención de una audiencia que lo festeja y lo disfruta. El siempre polémico escritor trasandino no tiene pelos en la lengua y el hecho de ser argentino le otorga un pasaporte para decir lo que parte de la sociedad chilena piensa, pero no se atreve a mencionar en público. Así somos.
Márquez subrayó que estamos frente a una guerra cultural que es superadora de la ideas progresistas, inclusive. Esto va más allá de los berrinches sectoriales. Para el escritor, en este tiempo, se definen cuestiones esenciales como la auténtica libertad de pensamiento, la vocación por la “patria” entendida como un espacio propio, el derecho a la propiedad privada, el derecho a disentir y, en definitiva, se dirime la supervivencia de una forma de entender la realidad: occidental, cristiana en sus formas al menos, vocacional en sus ganas de progreso económico y más.
Márquez de todos modos no se privó de recordar a la audiencia que hace 10 años “que Chile está estancado”. Una realidad que cada día va haciéndose más palpable y que el gobierno de Gabriel Boric no supo recomponer.
Cantuarias describió con enorme claridad la compleja trama económico burocrática que mantiene atada a la sociedad chilena. Una cultura nacional que ha terminado enredándose en un ridículo papeleo sin fin. Un rato antes Cantuarias le mencionaba a este periodista las toneladas de permisos y zancadillas que debe enfrentar el empresario (sin importar su dimensión) para llevar a buen puerto un proyecto.
En algún punto Chile perdió el rumbo, parece decir la abogada. Puesto que hemos terminado naturalizando que el empresariado y el emprendedor a secas deban aceptar una carrera de obstáculos impensados, fuera de todo sentido, que, como resultado, nos deja en el casillero donde estamos ahora. Estancados, en palabras de Márquez.
El caso de Paul es interesante porque durante su participación mete el dedo en la llaga. ¿Es justa nuestra Justicia en democracia? ¿Cuál es el papel que la Justicia le otorga a la clase militar vinculada a los años del gobierno de Augusto Pinochet? ¿La ha movido una sed de venganza política o la sed de Justicia tal como debería ser? Son preguntas latentes, muy vivas, que no tienen respuestas en la clase política en general.
Kaiser no estuvo al final, que le perteneció a Márquez, pero su presencia y su verbo dejan un rastro difícil de olvidar. Porque Vanessa puso en evidencia la hipocresía de la política local que se aferra al Estado y a la burocracia pantanosa, para cuidar sus ingresos. Desnuda las mentiras que han sido dichas en estos años en donde la casta, en palabras de Milei, levanta banderas en representación de un “pueblo” que termina no recibiendo nada más que impuestos.
Kaiser hace entender que la disputa cultural es amplia, es global, que si hablamos de libertad debemos procurar las condiciones de esa libertad, alimentar todas sus posibilidades y no lo contrario. Lo contrario es opresión.
Existe un abismo entre lo que proclama la clase política tradicional y lo que realmente hace. Un continente entre lo que dice defender y lo que realmente protege: sus propios intereses.
Esta verdad queda en blanco sobre negro en la letra escrita por Kaiser. Y nos conmueve, nos preocupa y nos activa en su propuesta.