“No tienen compromiso con los pueblos originarios”, decía la convencional del pueblo Kawésqar, Margarita Vargas, a La Prensa Austral el pasado 17 de mayo donde criticaba con dureza a su antiguo partido político: La UDI.
En la nota, se reveló que la convencional había estado en la terna para ser seremi de la Mujer en la pasada administración de Sebastián Piñera y donde ella misma habría hechos varias gestiones para quedarse con el cargo, aprovechando, por supuesto, su cercanía con el gabinete ministerial cuando era asesora de la ex seremi Patricia Mckenney. Finalmente, su nombre fue desestimado por el ex secretario del partido, Felipe Salaberry y por la ex subsecretaria de la cartera, quien también Vargas habría intentado convencer de que ella tenía que ser la autoridad de gobierno en desmedro de quien fue finalmente la seremi, Daisy Carrera.
Tras ese episodio, y que fue en una entrevista agendada con antelación, la convencional afirmó que nunca más iba a dar una entrevista, que ella “no había dado autorización a publicarla” y que este profesional, el mismo que escribe esta columna, habría faltado a la ética periodística por publicar algo que simplemente no le gustó.
¿Hasta cuándo los periodistas vamos a soportar el amedrentamiento de algunas autoridades? La libertad de prensa es un principio clave en una democracia, que por definición está libre del intervencionismo del Estado; y en consecuencia, de algún intento de censura previa.
Aunque sabemos que en la práctica, dichos intentos de censurar a los periodistas, se suscitan con más frecuencia de lo que realmente quisiéramos.
Chile está viviendo uno de los momentos más importantes de su historia y llama profundamente la atención la escasa preparación política/comunicacional de autoridades regionales y claramente, de ciertos integrantes de la Convención Constitucional.
El caso de Margarita Vargas, quien en ningún momento desestima la información publicada, pareciera arrepentirse de su pasado, de intentar borrar con el codo su pasado político que la hizo conocida y de forma decepcionante, recurre al viejo pero recurrente intento por censurar a los medios de comunicación.