Las ambiciones del canciller [Columna de José Benítez Mosqueira]

7 de febrero de 2022

Este domingo, a través de un escueto comunicado, el gobierno puso fin a la teleserie del verano: “Las ambiciones del canciller”.

Desde hace días, en medio de la crisis migratoria más grave que ha sufrido el país en su historia, la ciudadanía se preguntaba, con justa razón, ¿dónde está Andrés Allamand?

Hasta ese momento, al menos oficialmente, la respuesta era que estaba disfrutando sus vacaciones legales, las últimas antes de dejar el cargo al que había llegado para apaciguar las aguas tormentosas de Renovación Nacional.

Sus constantes disputas con el entonces mandamás del principal partido oficialista, Mario Desbordes, no daban para más, y había que hacer algo.

La solución, como orden perentoria, llegó desde el segundo piso del palacio presidencial; tanto Allamand (senador) como Desbordes (diputado) se integrarían al gabinete. El primero como ministro de Relaciones Exteriores y el segundo como ministro de Defensa.

La “movida” terminó neutralizando las dos visiones que se disputaban, a sangre y fuego, la hegemonía dentro de la autodenominada centroderecha.

Lo que vino después excedió los límites de la decencia y el decoro; los dos sectores continuaron dándose mordiscos y propiciaron con su vergonzosa actitud el ascenso de Sebastián Sichel y, posteriormente, de José Antonio Kast, quien perdió en segunda vuelta ante el magallánico Gabriel Boric, que terminó abrochando el triunfo que lo pondrá al frente de Chile desde el 11 de marzo próximo.

Pero Allamand, un animal político de toda la vida, nunca estuvo dispuesto a ceder sus parcelas de poder, a diferencia de Desbordes, quien de tumbo en tumbo terminó a la sombra de la intrascendencia, casi como un paria.

Hoy pocos lo recuerdan, pero Andrés Allamand, a comienzos de la década de los 70, en plena Unidad Popular, siendo un joven militante del Partido Nacional y alumno del Saint George, a instancias del líder de la derecha, Sergio Onofre Jarpa, aceptó dejar su colegio de toda la vida para matricularse en un establecimiento público de Providencia, el antiguo Liceo José Victorino Lastarria, para desde ahí disputarle a la Democracia Cristiana y al Partido Socialista la presidencia de la Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago (Feses).

El resto es historia, perdió la elección, pero con su maquiavélica actitud marcó el derrotero por el cual ha transitado desde entonces.

Su ilimitada ambición lo ha hecho entrar y salir de la política muchas veces, pero nunca abandonarla del todo. Tampoco ahora, cuando las evidencias son abrumadoras respecto de su asunción como ejecutivo máximo de la Secretaría General Iberoamericana, un organismo supranacional con sede en Madrid, cuya existencia era poco conocida.

Por más que lo intentó el titular de Interior, Rodrigo Delgado, nadie le creyó que el ministro estaba descansando en la capital española junto a su esposa, la constituyente Marcela Cubillos. El argumento es simple: Allamand nunca ha dado puntadas sin hilo.

En la otra vereda, los misiles de la oposición apuntan a un supuesto abandono de la Cancillería y a la duplicidad de funciones, lo que ha motivado anuncios de acusación constitucional y consultas a la Contraloría General de la República para que se pronuncie sobre la legalidad de lo obrado por el ahora exministro de Relaciones Exteriores.

Con las cartas sobre la mesa, el gobierno lo despidió de su cargo, no sin antes agradecerle su gestión, un eufemismo protocolar que suele usarse en estos casos.

Las acciones anunciadas por la oposición continúan su tramitación y podrían producir en los próximos días más de un dolor de cabeza a la administración saliente.

Escrito por: José Benítez Mosqueira, periodista.