La Izquierda [Por Javier Ruiz]

23 de septiembre de 2022

La filosofía es un botiquín de primeros auxilios. Cuando se le necesita, resulta que no está. Se le busca pero no está. Es un objeto de poco uso,  por lo que nadie sabe dónde pueda estar.

Por qué se necesita a la filosofía. Hipócrates la definió maravillosamente. Luego que nosotros, los médicos terminemos  de decirlo todo, vendrán ellos, los filósofos, y dirán algo más. Eso es preocupante.

¿Por qué se la necesita hoy?. Porque lo dicho no ahonda. Los sociólogos, por ejemplo, han ensayado –y sobre todo en este último tiempo- pedantes variaciones sobre lo mismo; cómo cambiar la sociedad injusta. Es necesario decir algo más de lo ya dicho porque en lo dicho se observa más hilo sobre la madeja y se necesita desmadejar, intentar llegar a la punta del ovillo. Lo que hemos hecho hasta ahora es colocar idea sobre idea, lenguaje sobre lenguaje y además, dicho en un frenesí, en un vértigo. Cada paso hacia adelante constituye un ir hacia la incertidumbre; luego a esa incertidumbre se la narra de un cierto modo, se improvisa construyendo una apariencia; se improvisa hacia adelante. Esa ha sido la historia de Occidente desde la Revolución Francesa hasta acá. Una improvisación hacia adelante unida a una aceleración constante del ritmo. Eso es la modernidad esencialmente. Sloterdijk lo ejemplifica maravillosamente; vamos arriba de un avión sin frenos, pero por sobre todo, sin un manual de instrucciones de cómo manejarlo.

 No es posible detener este avión. Derechas e izquierdas suelen ensayar, alternativamente programas para detener el movimiento hacia adelante o para acelerarlo. Ir hacia adelante, de improvisación en improvisación, implica dejar atrás la tradición, desheredarse del padre, negarlo. La izquierda radical ensayó la negación del padre para ir hacia adelante y ahora se encuentra en un movimiento de desaceleración, de intentar construir una improvisación.

Hace unos días dos afamados sociólogos reflexionaban sobre qué pasó el 4 de Septiembre. Uno afirmaba que los convencionales son de clase media y no lograron entender a los sectores populares. Sus consignas ambientalistas, indigenistas, feministas de clase media, están muy lejanas de lo que piensan los sectores populares –mientras escuchaba, pensaba a que se refiere con los sectores populares- y que además el texto estaba pesimamente escrito. El otro acordaba lo primero, pero retrucaba que el texto estaba muy bien escrito y que al parecer habían causas más profundas. El otro concordaba con esto. Luego iban a otro tema. Pero, ¿y las causas más profundas?, por qué no fueron por ahí. Bueno esto casi siempre sucede con los sociólogos. No gustan de aguas profundas. Prefieren el número, la teoría y la trinchera. En esos terrenos se mueven a sus anchas.

Mientras hablan, ambos declaradamente sociólogos de izquierda –el 99% de los sociólogos son de izquierda- pienso que ellos son el problema. Es decir que lo profundo sería que la izquierda se pregunté por sí misma. Lo que algunos llaman autocritica, pero más profundo, más bien sería el “conócete a ti mismo” griego. La pregunta sería, ¿Quiénes somos nosotros los que nos llamamos de izquierda, que actuamos del modo como actuamos?

Ya se sabe que las tendencias políticas modernas comienzan con la revolución francesa. La inicial disputa fue cuándo matar al rey. Aquí ya se advertían las tendencias futuras y se observa una pulsión de la izquierda; la inmediatez. Matar al rey ahora se empareja con cambiar todo ahora. Algo de eso se ve en el lamento de la derrota; “ahora eran los derechos sociales, no después”. La inmediatez necesariamente lleva a la derrota y ahí aparece uno de las marcas de la izquierda; la relación con la derrota. Ensayar lo nuevo, de modo radical es una empresa que tiene como consecuencias probable la derrota, la victoria es una excepcionalidad. Por ello es que la izquierda a partir de la experiencia de sus derrotas ha sabido construir un ethos cultural, que le ha dado su fuerza y permanencia en el tiempo. Pertenecer a la izquierda no es solo una cuestión simplemente política, de preferir a uno u otro candidato; no, se trata de un compromiso de vida que significa compartir una forma de mirar y olfatear al mundo con otros camaradas; todos olfateamos lo mismo, y mientras más, el sueño se acerca más. Ahí esta otra singularidad de la izquierda que es propia de todas las minorías; las formas religiosas que adquieren las prácticas políticas y culturales; “si no somos nosotros serán los que vengan”. Y aquí si ya podemos ver claramente el platonismo en su máximo esplendor; “no es esta vida, es otra vida”. La incomodidad de la izquierda con el capitalismo, es también incomodidad con esta vida.

Como esta vida es la única posible mientras la vivimos, y se quiere otra vida posible, la izquierda niega cualquier posibilidad de relación intensa con esta vida. Por eso se suelen equivocar bastante. Como están en la mejor vida posible futura, los signos y detalles de la vida actual es siempre probable que se les pasen por alto. Pero “la derrota es siempre breve”, rápidamente habrá que volverse a armar para comenzar la lucha de nuevo. En esto hay un comportamiento muy parecido a los primeros cristianos; estaban convencidos que luchaban para un triunfo que probablemente no verían y que en el caso de los cristianos les funcionaría siglos después. En el caso de la izquierda, lucha con algo mucho más fuerte que el imperio romano.

Ni siquiera es el imperialismo norteamericano, como llamaban a Estados Unidos en los 60 y 70. Es el capitalismo, que no tiene emperador ni territorio, que gobierna en todas partes y endulza su manjar para atraer a miles de millones. Un enemigo formidable. Hasta ahora no lo ha podido vencer, y más bien se ha visto que el capitalismo es el gato que juega con el ratón y a ratos lo deja que se robe el queso. Ya lo conoce. Además que es un enemigo que muta y a veces ni se ve. Para hacerlo visible, la izquierda inventa cada tanto imágenes que permitan verlo. Medio ambiente, feminismo, entre otras son las imágenes actuales con que la izquierda pretende darle muerte definitiva. Pero el monstruo invisible inventa nuevos laboratorios, extrae nuevas esencias, se mueve incluso con elegancia y prepara, silenciosa y con aspavientos su nuevo reinado. Es indestructible. No se pueda con el

Quizás si la izquierda no lo negase tanto y aceptase con resignación reconocer cuanto de capitalismo hay en sus propios huesos, quizás, podría comprender un poquito más a su bestia negra, y quizás, solo quizás, pudiera hacerle al menos una zancadilla.

Escrito por: Javier Ruiz, sociólogo.