Justicia idiomática [Columna de José Benítez Mosqueira]

18 de julio de 2021

En este domingo frío de invierno, en que la democracia nos convocó nuevamente a las urnas, medito acerca de los importantes cambios que se han ido asentando de sur a norte y de mar a cordillera.

Renovados aires de esperanza e inclusión soplan de Magallanes a Arica y desordenan las rígidas estructuras de una sociedad que suele repeler todo aquello que huela a vanguardia, como si en eso se le fuera la vida.

Enfrentado al mundo, Chile se perfila ante la comunidad internacional como un país abierto y moderno, pero en los hechos es bastante dogmático y conservador.

De ahí que muchos de los dolores que nos aquejan como pueblo sean causados por un tipo de anquilosamiento enfermizo, que tira para abajo -la mayoría de las veces con violencia- a todas y todos aquellos que osen correr la línea un poco más allá.

Sí, no nos caracterizamos precisamente por la tolerancia.

Basado en esa evidencia, mi sorpresa fue mayúscula esta semana cuando me enteré de que un grupo de alumnas universitarias logró torcerle la nariz a una práctica machista que las obligaba a aceptar en sus títulos la denominación masculina de su profesión.

Su triunfo no es poca cosa, más si consideramos que la institución que cedió fue la Pontificia Universidad Católica de Chile. No obstante, para ser justo, la decisión unánime del Honorable Consejo Superior situó a esa casa de estudios en la proa de la innovación.

Más de alguien vociferó que es algo pequeño, simbólico, pero no las mujeres que lo consiguieron después de innumerables marchas y movilizaciones. “Mi diploma dirá que soy ‘ingeniera UC’, no ‘ingeniero UC’. Y eso nos tiene a todas muy felices”, celebró la presidenta de la Feuc, Ignacia Henríquez.

Junto a ellas, no pocos periodistas bregamos -me incluyo- durante años por lo que siempre consideramos un acto de justicia, ya que no existe ningún argumento que avale la perpetuación del machismo idiomático, tan arbitrario como cualquier otra forma de machismo.

Encabezando esta cruzada, el profesor Enrique Ramírez Capello (QEPD), expresidente nacional del Colegio de Periodistas y dilecto formador de varias generaciones de profesionales de las comunicaciones, nos guió con sus sólidos análisis y pluma certera.

“El idioma es cuerpo que madura, respira, cambia. A ratos, se enferma”, me decía mientras caminábamos por los añosos senderos del capitalino Parque Bustamante.

“Los hispanoparlantes recibimos la semilla de los conquistadores, pero la cosecha se enriquece con paisaje, idiosincrasia y uso. No nos rige el dogma español”, fustigaba.

Su prístina declaración de independencia se nutría en las mejores vertientes:

“El idioma es machista. Consagrado por los hombres, recoge tradiciones y circunstancias. Discrimina a la mujer, la excluye en tratamientos formales, la margina. Muchas veces la mantiene en la dependencia. Hoy, la igualdad genera derechos, integra la presencia femenina, crea las mismas oportunidades”.

Sus discípulos recogíamos sus enseñanzas y las traspasábamos al papel del diario.

Durante años, editores decimonónicos nos enrostraron: “No es ingeniera, es ingeniero”; “no es arquitecta, es arquitecto”; “no es abogada, es abogado”.

No consiguieron hacernos retroceder y apenas pudimos instalamos esas y otras mudanzas en las salas de redacción y aulas universitarias.

Arropado por un tímido rayo de sol que se cuela por una de las ventanas de mi casa, releo los apuntes ‘capellianos’ que conservo como un tesoro en mi biblioteca:

“Carreras, profesiones, oficios y títulos que hasta hace algunos años eran exclusivamente para hombres, son ocupados por mujeres. Ya no corresponde la subordinación. Se debe hablar con propiedad: ministra, abogada, directora, médica. Es hora de la justicia idiomática”.

En eso estamos, recordado maestro.

Escrito por: José Benítez Mosqueira, periodista.