Intendentes de la dictadura cívico militar VI parte [Artículo de Víctor Hernández]

1 de octubre de 2021

El año 1984 fue a todas luces, uno de los más difíciles para la administración encabezada por el general Pinochet. Se vivieron momentos dramáticos de cesantía a nivel nacional, como consecuencia de la grave crisis económica y social de 1982-83, lo que provocó en gran medida, que la gente perdiera el miedo a expresarse y saliera a manifestar su descontento con el gobierno dictatorial, mediante la organización de las llamadas protestas pacíficas, que se intensificaron en el nuevo año.

En Magallanes, uno de los damnificados fue el intendente Juan Guillermo Toro Dávila, quien contempló incrédulo, como miles de puntarenenses trataron de “asesino” al Presidente de la República, en la plaza de armas Benjamín Muñoz Gamero, de Punta Arenas.

En más de diez años de dictadura, nadie se había atrevido a enfrentar a Pinochet con la violencia de aquél domingo, 26 de febrero. Por lo mismo, la remoción del general Toro Dávila era cuestión de tiempo. Sin embargo, la afrenta recibida no iba a quedar impune. 1984 sería testigo de varios acontecimientos importantes, y no menos dramáticos para nuestra región.

En primer lugar, Pinochet contra su voluntad, tuvo que cumplir un compromiso contraído con la gente de la Fuerza Aérea de Chile (Fach). Ese día se inauguró en la Antártica, el poblado de Villa Las Estrellas. La planificación del viaje fue en extremo complicada, porque demandaba el traslado al continente helado de una amplia comitiva, que incluía además de Pinochet, al comandante en jefe de la Fuerza Aérea, general Fernando Matthei, a siete ministros de estado, otros cuatro generales de la Fach, además, de las esposas de éstos y periodistas, especialmente seleccionados para cubrir el gran acontecimiento.

El viaje se mantuvo en el más estricto secreto. A última hora se decidió cancelar la estadía en Punta Arenas para evitar manifestaciones como la de fines de febrero. La comitiva presidencial se detuvo en la loza del aeropuerto Presidente Ibáñez, para recoger al Intendente Toro Dávila. Después, emprendieron el vuelo hacia la base teniente Marsh y en una sencilla ceremonia, a las 14 horas del 9 de abril de 1984, se estrenó el complejo habitacional, que un emocionado Pinochet denominó: “Nuestra primera ciudad antártica”.

Los meses siguientes estuvieron signados con la aparición en Punta Arenas de las primeras pandillas, los “Thriller”, los “Viceroy”, las “Coralitos”. Si bien, su génesis apuntaba a los cambios culturales que experimentaba la sociedad en su conjunto, producto de las nuevas modas y la incidencia de la música popular anglosajona en los gustos del público juvenil, que el régimen toleraba y prefería, porque no interferían en la contingencia nacional. Lo cierto, es que era común escuchar los comentarios de mucha gente de Magallanes, que no daban crédito a lo que veían, ni a las explicaciones de las autoridades de turno. Se echó a rodar un mito urbano, en que se aseguraba que las pandillas no eran otra cosa que el castigo de Pinochet en represalia por lo del puntarenazo del 26 de febrero.

Antiguos pobladores sugerían que muchos jóvenes pandilleros, eran hijos de familias y de militares nortinos que el dictador había enviado a propósito, con el objeto de vengarse de esta región repleta de “comunistas”.

Este sentimiento de animadversión se acrecentó la madrugada del 6 de octubre, cuando la ciudad fue sacudida por el bombazo que destruyó parcialmente, la parroquia de Nuestra Señora de Fátima en el Barrio 18 de Septiembre. De inmediato, los medios apuntaron a una acción coordinada de los aparatos represivos del régimen, para atemorizar a los vecinos del sector, considerado como “bastión de la izquierda”.

El hecho fue repudiado por toda la comunidad. Al interior de la capilla fue hallada destruida, la cédula de identidad del teniente de ejército, Patricio Contreras Martínez. Los peritajes posteriores, demostrarían la participación material de este oficial en el atentado, cuyos restos mortales quedaron diseminados en un radio de 150 metros a la redonda.

Como siempre, los dardos apuntaron a la principal autoridad de la región. El obispo de Punta Arenas, Tomás González, emplazó a Toro Dávila diciendo que no había recibido una sola palabra de adhesión por el daño y el dolor sufrido por la Iglesia, lo que demostraba el silencio cómplice del General, quien contraatacó respondiendo: “No se puede llegar muy livianamente a culpar a la autoridad”.

Ni siquiera la firma del Tratado de Paz y Amistad entre Chile y Argentina, firmado por el Papa Juan Pablo II el 29 de noviembre de 1984, que puso fin al diferendo limítrofe Austral, del que Juan Guillermo Toro Dávila fue un protagonista silencioso, ayudó a mejorar su imagen ante la opinión pública. No olvidemos que uno de los tópicos de su administración fue normalizar las relaciones a nivel consular y comercial con el país trasandino. A esa altura, su suerte ya estaba echada.

El general Pinochet dispuso el cambio de Intendente, el 19 de diciembre, día que asumió Luis Danús Covian. En el recuerdo que perdura hasta hoy, están las imágenes de un Juan Guillermo Toro Dávila, el militar que llegó precedido como duro e intransigente, y que sin embargo, se ganó el aprecio de un amplio sector de la población, a tal punto que terminó encariñándose con la zona. Consultado por el diario “La Prensa Austral” a raíz del puntarenazo y otros eventos aseguró: “Nunca fui partidario de reprimir a la gente durante el gobierno militar”.

Escrito por: Víctor Hernández Godoy, escritor, historiador.