Y se va 2022, un año turbulento para quienes habitamos este hermoso país del sur del mundo llamado Chile.
Me atrevo a decir que es un periodo de nuestras vidas que tuvo un sabor más agraz que dulce.
No conozco a nadie -quizás usted sí- que de buenas a primera diga que este año fue maravilloso.
Por el contrario, los relatos apuntan a carencias y derrotas.
Concuerdo con aquellos que sostienen que hace rato la situación viene de mal en peor, aunque reconocerlo signifique ser encasillado inmediatamente en el grupo de los negativos.
Lo asumo con estoicismo y no cedo posiciones. Decir que ha sido maravilloso está muy lejos de la realidad. Quizás sea más preciso el término más o menos, si ponemos lo bueno y lo malo en la balanza.
Algunos meses tuve la sensación, pasajera por cierto, que estábamos cambiando el paradigma que nos ha acompañado históricamente como pueblo. Hubo momentos en que pensé que al fin transitábamos por el camino correcto. Ese tiempo duró poco, lo suficiente para tomar conciencia de que seguimos divididos como ciudadanía en casi exactos tres tercios.
Los dos primeros con características e intereses propios, más estables y predecibles en cuanto a sus creencias y concepción de la sociedad.
El tercero, absolutamente voluble, un misterio. Más ahora que se incorporó el voto obligatorio en las elecciones generales y la gente que no había sufragado se vio forzada a hacerlo.
Solo eso explica que transcurridos casi cuatro meses del triunfo de la opción que rechazó el proyecto de nueva Constitución, todavía no exista una explicación única para ese resultado. Sobre todo si consideramos que en ese borrador estaban presentes las mismas ideas que pusieron con una amplia mayoría al Presidente Boric en La Moneda.
A la derecha y al progresismo chilenos los conocemos de sobra y sabemos que su rango de acción se limita a moverse algunos centímetros, los suficientes para lograr acuerdos. De ahí que para vencer a su adversario necesitan encantar y atraer al tercio veleta.
Así lo reflejan los estudios de opinión, que semana a semana están evacuando las empresas y centros de estudio dedicados a tomar el pulso a la opinión pública.
Aunque las últimas décadas se ha deteriorado la credibilidad de este tipo de instrumentos, lo cierto es que los números no mienten. Pueden interpretarse, pero no mienten.
En ese escenario, es cada vez más evidente que hay un sector de la sociedad que espera ser convencido o seducido. Un ejemplo reciente es el contundente resultado del 4 de septiembre pasado, que aún tiene a los partidos con representación parlamentaria intentando ponerse de acuerdo en el mecanismo más idóneo para echar a andar un nuevo proceso constituyente.
Según Pulso Ciudadano, estudio a nivel nacional realizado por la empresa Activa los días 13 al 16 de diciembre, en que se pidió evaluar el Acuerdo por Chile, el 36,1% de la población está “muy de acuerdo/de acuerdo” con el documento hecho público el 12 del mismo mes; mientras que el 32% declaró estar “muy en desacuerdo/en desacuerdo” y un 31,8%, “ni de acuerdo, ni en desacuerdo”.
Puntos más, décimas menos, el resultado muestra con claridad la presencia de tres tercios, dos de los cuales manifiestan posiciones fácilmente reconocibles, pero el tercero responde de manera dubitativa.
A este grupo lo denomino “el tercio taimado”, que se mueve de manera astuta y disimulada, a la espera de lo que le puedan ofrecer a último minuto en su beneficio.
¿Deberemos aprender a convivir con esta realidad? Está por verse.