Por Claudio Andrade
La frase es de Mark y viene a cuento: “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.
Los colonialismos no pasaron de moda. La imposición de ideas y modos de ver la realidad sobre los otros no ha dejado de operar como un recurso útil en el siglo que vivimos.
Pero los nuevos colonialismos han sabido enmascarar sus intereses de formas complejas e inteligentes.
La historia no oficial cuenta, por ejemplo, que hace medio siglo la familia Rockefeller intervenía sobre la vida política de Chile para terminar con el gobierno de Salvador Allende a instancias del empresario Agustín Edwards.
El entonces director de El Mercurio le avisó a David Rockfeller que, en su visión, el país podía convertirse en “otra Cuba” por lo que el Estado norteamericano debía poner cartas en el asunto. Así fue y el relato es más o menos conocido con operaciones de la CIA incluidas.
“En marzo de 1970, mucho antes de la elección, mi amigo Agustín (Doonie) Edwards, propietario de El Mercurio, el principal diario de Chile, me dijo que Allende era un embaucador soviético que destruiría la frágil economía chilena y extendería la influencia comunista a la región. Si Allende ganaba, advertía Doonie, Chile se convertiría en otra Cuba, un satélite de la Unión Soviética. Insistió en que los Estados Unidos debía impedir la elección de Allende”, contaba el filántropo en su biografía.
50 años más tarde los Rockfeller vuelven a intervenir en la vida política chilena a través de acciones que afectan su economía y su cultura.
Aunque en esta ocasión su estrategia es otra. Ya no hay un comunismo que perseguir con armas en la manos, queda, eso sí, un hermosa geografía por re conquistar o poseer.
La andanada comenzó en los 90 con la aparición en Douglas Tompkins en el escenario nacional. La visión de Tompkins no era originalmente convertir Chile en parque nacional para unos pocos sino hacerlo con parte del territorio de Canadá, tal y como lo relata Jonathan Franklin biógrafo del magnate.
Sin embargo, Canadá tenía valores muy altos sobre su territorio y como Topmkins conocía la Patagonia argentina, la cual había visitado en los 60 con su amigo Yvon Chouinard, dueño de la empresa de ropa Patagonia Inc., decidió virar hacia el sur.
“El terreno en Canadá era muy caro en ese tiempo, estamos hablando de principios de los 90. Entonces si la gente critica a Douglas Tompkins porque pagó un precio muy bajo, eso no es verdad, pagó un precio que el del mercado. En ese tiempo nadie le daba mucho valor al bosque nativo y no era caro comprar un millón de hectáreas”, le dijo Franklin a The Clinic.
En la declaración de Franklin hay implícita una crítica hacia las formas en que Chile administraba sus propios bienes. Casi como decir: Tompkins podía y quería hacerlo mejor.
Su primera compra fue un campo de 2000 hectáreas y las adquisiciones continuaron hasta superar las 500 mil hectáreas. Todo con los beneficios obtenidos de sus empresas Esprit y North Face las cuales además vendió a gran precio.
Alguna vez trascendió que el empresario había invertido unos USD 500 millones en tierras en la Argentina y Chile. Tenía poderosas razones detrás, el magnate esperaba convertirse en un poder paralelo al Estado chileno y argentino. Una materia que aprobó con 7.
En la conducta de Thompkins sobre Chile siempre se observó un claro menosprecio sobre la cultura local. Un suerte de los chilenos no merecen Chile.
Los empresarios que primero tomaron contacto con él, descubrieron que el millonario no imaginaba un país en desarrollo sino un escenario despoblado, sin explotar y solitario.
Tal es así, según cuenta el diputado Miguel Ángel Calisto, que Tompkins expulsó de sus campos en Aysén a quienes allí vivían. No pocos ganaderos terminaron viviendo en ciudades ajenos a su conocimiento ancestral.
Han pasado 50 años de esta reconquista del territorio chileno por parte de un grupo de magnates iluminados que, en su versión, pretenden salvar al mundo, básicamente disminuyendo al máximo su población.
Sin embargo, su filantropía fue generando cada vez más dudas y temores en la sociedad. Este grupo selecto no ha dejado de indicar a los gobiernos de turno qué hacer con el mar y la geografía toda. Cómo usarla o, mejor dicho, como no usarla, aun si esto implica vaciar el país de su propia gente.
Chile siempre ha sido una nación experimental. Su capacidad de resiliencia y adaptación ya es conocida. En medio siglo el país atravesó un gobierno de izquierda, uno militar y la democracia donde hasta el momento puede lucir aceptables índices de desarrollo.
Es irónico, y aquí volvemos a la frase de Mark, que muchos de los que hoy apoyan, por ejemplo, la avanzada de Rockefeller sobre el país, a través de su poderosa ONG Oceana, habrían permanecido en la vereda de enfrente cuando la familia norteamericana operaba para derrocar a Allende.
Apenas un ejemplo. La actriz Leonor Varela, que soportó el exilio, formó recientemente parte de las campañas antisalmoneras, arriba del yate Witness de Greenpeace. Una experiencia que se tradujo en videos que fueron viralizados en redes por la ONG. Una ONG que mantiene fuertes vínculos con Oceana, la organización financiada por la familia Rockefeller. La misma familia que impulsó la llegada de los militares al poder en Chile que, finalmente, expulsaron a Varela y a los suyos. La historia se repite de un modo perverso.
En cierto modo los Rockefeller no se han ido de Chile, apenas si cambiaron sus máscaras. Porque apelando a organizaciones internacionales como Greenpeace y empresas como Patagonia Inc., despliegan sobre el territorio una “política nacional” ejecutada a pura intervención.
Días atrás el senador Alejandro Kusanovic dejaba una advertencia sobre el tema. “Un privado no puede condicionar sus donaciones al Estado de Chile y tampoco indicarle al Estado cómo manejar su territorio”, expresa Kusanovic.
Tanto les importa esta parte del planeta que la última reunión de Oceana, con la presencia de David y Susan Rockfeller, se hizo en Puerto Natales en abril de 2023.
Kusanovic apuntaba sólo en principio a la donación de más de 90 mil hectáreas que hizo Kristine Tompkins al Estado nacional para crear el Parque Nacional en Cabo Froward, a través de su Fundación Rewilding Chile. Un regalo condicionado a sus propios intereses y como representantes de un grupo de poder extranjero.
Si uno observa con cierto detenimiento el documental “Wild Life” dedicado al matrimonio Tompkins podrá descubrir numerosas imágenes en los cuales el matrimonio aparece solo ante un enorme paisaje que, por lo general, les pertenece porque lo han comprado o piensan hacerlo.
Más del 60% de Magallanes se encuentra bajo un sistema de protección infranqueable, subraya el senador Kusanovic, y las nuevas iniciativas en danza, que alimentan estos grupos de poder, disparan ese porcentaje al 90%.
El ataque sobre la salmonicultura ahora mismo se está extendiendo hacia el hidrógeno verde. Decenas de organizaciones, muchas con vínculos con los Rockfeller y Greenpeace, han emitido una carta donde cuestionan el desarrollo de esta industria en Magallanes.
“(….) El desarrollo del hidrógeno, tal como está propuesto, profundiza escenarios de injusticia ambiental, y consecuencialmente de conflictos socioambientales y judicialización”, señalan.
Una vez más el discurso semeja al de Tompkins y los Rockfeller, y recuerda al utilizado contra la salmonicultura. Descartando que la suma de ambas industrias, más el turismo, podría generar en la región un desarrollo sólo comparable con ciertos países de Europa. Para bien de Chile, para bien de los magallánicos.
Probablemente sea porque quienes inspira estos textos son los mismos de siempre.