En una de las tantas buenas escenas que contiene el film “Lo que queda del día”, el mayordomo interpretado por Anthony Hopkins es consultado por su opinión acerca de la política de Gran Bretaña en el marco de una reunión de aristócratas ingleses.
El conspicuo mayordomo manifiesta con absoluta humildad que ignora sobre los destinos políticos del imperio. Su frase, reiterada, da pie para que los aristócratas confirmen su teoría de que no tiene sentido preguntarle al ciudadano de a pie, al vecino, por cómo administrar su propia nación.
La convicción de cierta clase política y empresarial de dimensiones internacionales se mantiene asentada sobre estos mismos pilares hoy mismo, siglo XXI, siglo de las luchas de los sectores minoritarios.
Con una diferencia. Curiosamente estos sectores han terminado por convencer en este milenio a no pocos de quienes exigían libertades individuales, que por su propio bien, es mucho mejor que “ellos” los iluminados decidan cómo se debe administrar el planeta. Sin importar si dentro del concepto “planeta” se incluye el propio país de los afectados.
En primera instancia parece un trabalenguas cuando en verdad se trata de una voltereta discursiva, una inefable estrategia que nos está llevando al mismo punto en el que se encontraba el mayordomo de “Lo que queda del día”.
Desde destinos muy lejanos, por cierto, en una acción que parece repetir la historia de la colonización a partir del siglo XV, empresarios y notables empujan al gobierno de Chile a implementar políticas territoriales tal y cual ellos mismo consideran que deben ser establecidas.
No casual que lo digamos aun ahora, a 50 años del golpe militar, cuando ya es sabido el rol que cumplieron la CIA y los Rockefeller en la caída de Salvador Allende.
Su receta es simple pero tristemente peligrosa: no utilicen su territorio y expulsen a la gente que allí vive. Luego, habrá espacios naturales que podremos disfrutar con mesura…algunos de nosotros.
Estas recetas apuntan también en contra de cualquier actividad productiva a lo largo de Chile, en especial de la Patagonia, hoy objeto de su obsesión.
Utilizan para propagar este discurso organizaciones sin “fines de lucro”, como las ONGs, lo cual no significa que no tengan fines políticos.
El gobierno y la región vienen soportando una campaña que linda con la ilegalidad por parte de estas organizaciones y fundaciones en donde se desprecia y ataca, por ejemplo, el salmón chileno, acusándolo de ser prácticamente un veneno, cuando los análisis de calidad y los controles objetivos, demuestran que se trata de una de las proteínas más sanas que pueda consumir el ser humano.
Es decir, justamente todo lo contrario a lo que indica Greenpeace en una campaña feroz de estos últimos meses. En el mismo escenario la ONG no tiene ningún problema en insistir en que la Patagonia es prácticamente un basurero por obra de la salmonicultura, como si ya no hubiera paisajes por visitar ni naturaleza salvaje que admirar.
Quienes vivimos en Magallanes más temprano que tarde terminaremos pagando la factura de esta enorme, gigantesca campaña antipublicitaria en contra de la región por parte de Greenpeace y otras ONGs sin que el gobierno local, regional o nacional hayan movido un pelo.
Porque cuando la ONG declara que los fiordos, incluyendo imágenes allí incluso del Parque Nacional Torres del Paine, están convertidos en un basural, en el fondo lo que están diciendo es que no vale la pena visitar el sur.
Porque quienes creen que la andanada se detiene en un mensaje ecologista están bastante equivocados. La idea central de este discurso es el despoblamiento, tal como también lo han denunciado los legisladores el senador por Magallanes Alejandro Kusanivic y el diputado Miguel Calisto por Aysén.
Este es el contexto, por ejemplo, en el que prácticamente se niegan los proyectos de desarrollo en Puerto Natales en estos años. El relleno sanitario, que permitiría un mejor uso de los residuos de la industria simplemente no avanza por que justamente está ligado a la instalación de nuevas iniciativas empresariales.
Es el contexto en el que se negó la construcción de una rampa en la costanera con un presupuesto aprobado de más de $ 340 millones.
Expertos le han indicado a este medio que no pueden operar con algunos de los más modernos sistemas de reciclaje porque Puerto Natales no hace andar de una vez su relleno que ya costó más de $5000 millones.
Y esta es apenas una muestra. Decenas de organizaciones entre las que se cuenta FIMA, se oponen a la instalación del hidrógeno verde en Magallanes. Una industria que muy probablemente deba soportar ataques iguales o mayores a los que ya conoció la salmonicultura.
El colonialimo verde apenas si se arremanga la camisa. Tiene un largo camino por recorrer en la convicción de que un puñado de iluminados con extremo poder, comenzando por Kris Tompkins, la marca Patagonia, Greenpeace, Oceana, y otros más, saben mucho mucho pero mucho más que el mayordomo inglés. Y nosotros, lo magallánicos, somos el mayormono. No nos equivoquemos.