(Des)confianza [Columna de José Benítez Mosqueira]

5 de septiembre de 2021

Tres letras conforman la débil frontera que existe entre la secreta ilusión que generalmente tenemos en que algo suceda, sea o funcione de una forma determinada, o en que otra persona actúe como se esperaría lo hiciera.

Hace tiempo que eso no sucede.

Las desilusiones que nos llevamos, cada vez con mayor frecuencia, son parte de un paisaje sombrío en el que reina la desesperanza.

La desconfianza se instaló entre nosotros.

Ya no importa la dirección hacia donde miremos, ahí está, en pequeños y grandes detalles.

Recuerdo que cuando viví en Punta Arenas, solía ponerle doble cerrojo a la puerta de la pequeña casa interior que habitaba en el tranquilo Barrio Croata. Su propietario se reía de mis aprensiones de santiaguino.

Hoy, difícilmente alguien sale de su hogar sin revisar cada puerta y ventana.

Los estilos individualistas de vida se imponen a la solidaridad que nos caracterizaba como país. Son muy pocos los que conocen a sus vecinos. Apenas un saludo si se topan a la pasada con ellos.

¿En qué momento perdimos la humanidad?

Difícil fijar un punto exacto, la desconfianza en el otro se fue fraguando lenta pero sostenidamente.

A lo mejor exagero, pero cuesta transitar por la vida actual sin suponer malas intenciones o sin prepararse para lo que vendrá.

“Las cosas siempre pueden ser peores”, decía el maestro del periodismo Enrique Ramírez Capello, quien se mantenía alerta ante cualquier cambio imprevisto, por positivo que pareciera.

Y no es que fuera particularmente desconfiado, pero la realidad termina superando a la ficción.

Duele admitirlo, pero es así.

Lo sucedido este fin de semana con el constituyente que simuló una enfermedad terminal para validarse y distinguirse en la revuelta social del 18-O, excedió los límites de la tolerancia y ofendió a quienes solidarizaron con su tragedia.  

El “pelao Vade” no solo se mintió a sí mismo, a su pareja y su familia, también engañó a más de 19 mil electores que creyeron en su historia de activista por el derecho a la salud:

“Por mi situación (paciente oncológico) la salud es uno de mis temas y va a ser mi bandera de lucha (…) Se requiere un sistema de salud único para todos los chilenos y chilenas a cargo del Estado, en el cual todas las cotizaciones vayan a este fondo administrador y se reinviertan en tecnología, bienestar y acceso oportuno garantizado para todos”.

Mentiroso.

Y no es moralina, nunca se atendió en el sistema público de salud.

Nunca sintió el estómago apretado por la incertidumbre de no contar con los recursos para hacer frente a la leucemia linfocítica aguda mixta que declaraba padecer.

Y no lo hizo por una razón bien simple, el cáncer existía solo en su imaginación desbordada y en su deseo enfermizo de reconocimiento social.

El pueblo que sufre lo puso en un altar que no merece, porque el pelao Vade no sabe lo que es levantarse de madrugada, con dolores inimaginables, ponerse en la fila del laboratorio del hospital que le tocó, para que le extraigan sangre del cuerpo saturado de pinchazos, paso previo obligado de la quimioterapia.

No, porque se atendía por otra enfermedad -cubierta por el sistema público de salud- en clínicas privadas e incluso se daba el lujo de viajar al extranjero para someterse a terapias experimentales de última generación.

Con su actuar egoísta, carente de ética, manchó todo lo que pregonaba a los cuatro vientos y puso en entredicho la labor que realiza la Convención Constitucional.

“El que esté libre de pecados que arroje la primera piedra”, claman en su defensa algunos y algunas que no aquilatan lo obrado por el constituyente.

Lo cierto es que ni siquiera puede ser catalogado como pecado o error, simplemente lo pillaron transformando la confianza en desconfianza. Rodrigo Rojas Vade jugó con fuego y se quemó.       

Escrito por: José Benítez Mosqueira, periodista.