Se le comenzó a llamar feminismo a la coincidencia y confluencia de pareceres de diversas intelectuales feministas, y a los movimientos en esta línea que comenzaron a aparecer en la década de los 70. Simone de beauvoir y su ensayo “El segundo sexo”, estampa una frase que será el inicio de todos los estudios de género modernos; “no se nace mujer, se llega a serlo”. Pero por sobre todo fue gravitante la ausencia de las mujeres en los asuntos de los nacientes estados nacionales en el siglo XVIII. Los roles que habían nacido de la organización familiar de las cortes nobiliarias, resistieron incólumes la revolución francesa y aunque una mujer expresa el deseo revolucionario en el cuadro “la libertad” de Delacroix, los roles de hombres y mujeres en la familia no fueron cuestionados en lo absoluto, Por lo que las bases del nuevo Estado, el comercio, la guerra y la política, siempre practicado por hombres, continuó tal cual.
Estas eran las bases además en que se construyó lo público, por lo que la ausencia de la mujer en el registro histórico fue total. Los hechos formales de lo público y el registro histórico fue asunto de hombres. Lo masculino marcó una forma de hacer las cosas de la ciudad. Se asimiló lo racional a lo masculino. La mujer quedó en la trastienda con un pañuelo para cualquier eventualidad húmeda.
Pero como la mujer no es en esencia un animal domesticado ni una pintura decorativa, sino más bien un ser humano cruzado por complejidades – al igual que el hombre- no tardarían esas complejidades existenciales en llegar como una tempestad indeseada a lo público. Una parte reciente de la modernidad debió abrirse a la presencia cada vez más numerosa de mujeres en lo público. Lo extraño femenino necesariamente debió construirse como una identidad desafiante. Lo otro que llega, debe decir quien es de manera clara y evidente, aun cuando esa misma identidad era una cuestión aún no resuelta. Incluso hoy. Y esto porque las esencias masculina y femenina contienen cuestiones que no se pueden resolver completamente. Forman parte de lo que permanece oculto y sin respuesta. Por ejemplo el acto sexual en cuanto acto que relaciona profundamente a hombres y mujeres. Se lo puede intentar comprender sencillamente como un instinto de la especie. Y lo es. Pero esa comprensión no desoculta totalmente su sentido. Veamos. El acto sexual siempre exigió una sumisión de la mujer al hombre. Ya sea como un juego, o como una realidad brutalmente impuesta, la sumisión se trasladó del acto sexual a la cultura. Y fue precisamente esa sumisión cultural cuyo origen es sexual, la que fue cuestionada y modernamente, desalojada de la cultura, rechazada como un acto reprochable, pre moderno.
Pero en la actualidad, en el acto sexual la sumisión sigue estando presente. Ya sea como juego o como acto fugaz, en algún momento se devela este atavismo en que el hombre posee a la mujer, la hace suya.
Incluso contra la idea moderna feminista de rechazar cualquier sentido objetual de la mujer, surge con fuerza la idea contraria; la libertad de la mujer para sentirse objeto, en este caso, objeto de placer.
Por tanto lo que hay ahí es un algo oculto, una complejidad que se resiste a la máquina moderna de la igualación; es una de las complejidades con las que habitamos y respecto de las cuales no podemos inventar satisfactoriamente nada aún. Por más que la comedia haya querido estirar más el asunto intentando instalar la democracia en la alcoba, la alcoba se resiste mucho mejor que la bastilla al ímpetu revolucionario.
Por supuesto que esto no ha significado un retroceso del feminismo. Al contrario. Le ha dado a este como un eximio director técnico que dirige a sus jugadores, su mejor ubicación en la cancha; «a lo público, a lo público».
Pero continúa la pregunta, ¿en qué momento la lucha por las libertades y la igualación adquiere un espíritu de secta?. Pero además debemos sostener a qué llamamos espíritu de secta. El espíritu de secta, que digámoslo, no se le debe atribuir inmediatamente un sentido negativo, ha sido parte de la historia de la humanidad. Siempre ha habido personas que han formado asociaciones secretas, excluyentes, que ejercitan un sentido propio, distante de pareceres generales. Esas mismas sectas en algún momento han contribuido al espíritu general o se han convertido en algo general. Es el caso del cristianismo y también es el caso de los masones, por citar los más conocidos.
Pero la ciencia misma, hija de la iluminación más agresiva de la humanidad; la que no admite ninguna posible oscuridad que no pueda ser eventualmente alumbrada, en su ramificación incesante, fue creando comunidades, lenguajes y sentidos altamente esotéricos.
Por ejemplo la comunidad de los físicos constituyen una suerte de primeros cristianos en el sentido que manejan un lenguaje y un conocimiento muy distanciado de la persona común.
Estas comunidades tienen sus propios signos distintivos, y tienen un modo de relación «hacia adentro», que en muchos casos es más satisfactorio que la experiencia de la vida común.
Pues bien, entonces no es de extrañar que a la luz del modo de organización moderno, el feminismo mismo se haya ido convirtiendo en una secta, con códigos y sentidos propios. El feminismo cree sostener con respecto a la mujer y lo público una verdad superior, así como la física lo cree respecto de las cuestiones de la naturaleza y el universo. Pero la física no se entrometería en las cuestiones de la biología ni el lenguaje. No sería correcto sostener cosas fuera del límite de su disciplina. En el caso del feminismo es lo contrario; hay la idea de abarcar todos los ámbitos posibles, incluidos el lenguaje, la estética y la moral. Es decir, se nos muestra como un pensamiento generalizador. Quiere construir desde sus cimientos una nueva sociedad que lleve el sello feminista. En ese sentido, plantea derechamente una revolución de la cultura.
Ha avanzado esta revolución?. Se puede afirmar que sí. Lentamente las mujeres han ido logrando instalarse en todo lo público, incluso haciendo real la frase que ya no hay espacios reservados para el hombre; ni el bar se ha salvado.
Además el Estado ha ido haciendo suyo los planteamientos feministas y en muchos casos los ha convertido en acto político. El mundo en general se ha hecho más femenino, y la mujer reclama y logra un lugar igual con el hombre. El hombre mismo se ha feminizado adquiriendo costumbres que sólo estaban reservadas a las mujeres. Pero en esta igualación las mujeres también han ido adquiriendo tendencias masculinas, y han aprendido a usar eficientemente las clásicas esferas masculinas; el poder, el comercio y la guerra.
Que más queda por hacer? Bueno, afianzar eso logrado. Pero, -siempre hay un pero- lo logrado también se puede perder en alguna medida, no totalmente, pero si algo.
Hoy una de las batallas que da el feminismo es en el lenguaje. Probablemente la más compleja. El lenguaje es un signo que nombra algo. En ese nombrar, el signo toma algo de lo que nombra. Eso que toma constituye el sentido del signo. Por eso decimos que las palabras tienen este u otro sentido.
Además las palabras tienen una historia. Han nacido en un momento dado y luego se han seguido repitiendo por tanto tiempo que su sentido original se ha perdido, han ido adquiriendo con el tiempo otro sentido, a veces emparentado con el original, otras veces distinto. Por tanto, asistimos, en el lenguaje, al hecho de que constantemente las palabras van variando su sentido de acuerdo al uso, pero además que están naciendo y muriendo constantemente palabras. El feminismo ha instalado la batalla en el mundo de las palabras porque ha comprendido correctamente que mundo, pensamiento y lenguaje están unidos. Pero con el “les” ha llegado a un límite donde ya no se puede avanzar y por tanto ha establecido su derrota. Si avanzar conlleva la fructífera idea de que siempre habrá un terreno más, el “les” deja sin terreno posible la posibilidad de seguir avanzando. ¿Por dónde seguir?, ¿cuáles son los campos que abre el “les”?.
No se avizora, y por ahora, habría que decir que el feminismo ha plantado su propia clausura y su propia derrota.
Por el momento.