Cobertura de guerra a la chilena [Por José Benítez]

14 de marzo de 2022

El reportero gráfico sudafricano Kevin Carter estuvo veinte minutos fotografiando a la pequeña niña sudanesa que en medio de la nada era acechada por un buitre que esperaba inmóvil el momento preciso para devorar su famélico cuerpo.

¿Hizo algo por ayudarla?

No.

Su misión no era humanitaria, nunca lo fue. Lo suyo era enfrentar a la muerte detrás de su cámara y congelar para siempre el segundo preciso en que arrebataba una vida.

Desde temprano y hasta bien avanzada la noche, Carter recorría las calles de las barriadas negras de su natal Johanesburgo, en búsqueda de las imágenes impactantes que después vendía a medios impresos del mundo.

Siempre estuvo lejos de la rutina de las salas de redacción, su hábitat se ubicaba en medio de feroces balaceras, machetazos y pedradas que intercambiaban partidarios y detractores del racista apartheid.

Aunque estaba de vacaciones, el día que fotografió a la niña sudanesa no fue muy distinto de otros días.

Agazapado, esperó y esperó el momento en que el ave carroñera debía extender sus alas para cubrir a la pequeña.

Esa era la imagen que quería conseguir.

Transcurrieron veinte largos minutos, se cansó de esperar y se marchó. Total, lo que había conseguido igual le servía para graficar el horror de la hambruna africana.

El The New York Times compró la foto y la publicó en su portada. Pero la historia no concluyó ahí, meses después fue galardonada con el premio Pulitzer y su autor reconocido como una celebridad del periodismo en zonas de conflicto.

No obstante, nunca pudo superar ni responder la pregunta que le formulaban una y otra vez: “¿Por qué no ayudaste a la niña?”.

Kevin Carter había sacudido de su cuerpo todo vestigio de sensibilidad, de otra forma -pensaba- no habría podido desarrollar su oficio. No se podía distraer, la muerte también lo esperaba a él.

En mayo de 1994 viajó a Nueva York a recibir el Pulitzer, regresó a casa y se sumió en una profunda depresión. Dos meses después se suicidó agobiado por sus dolores y la culpa de no haber hecho nada por la niña acechada por el buitre.

Hoy recordé la trágica historia de Kevin Carter mientras veía por televisión los despachos de los corresponsales enviados a informar los pormenores de la guerra que libran a miles de kilómetros de nuestras fronteras rusos y ucranianos.

En ninguno de ellos y ellas, los y las periodistas nacionales, veo el espíritu que mueve a los auténticos corresponsales de guerra, ese que sí tenían Ernest Hemingway, Ryszard Kapuscinski y otros de su estirpe, que daban todo para contar la tragedia de los conflictos bélicos en Europa, África, Asia, Medio Oriente y Latinoamérica.

No se entienda mal, no estoy diciendo que para informar primero y mejor, desde la mirada nuestra, deban ser imprudentes o suicidas como Carter. Todo lo contrario. Mi crítica apunta a la cobertura uniforme, sesgada, episódica y anecdótica que han desplegado las televisoras chilenas desde Ucrania.

Desde el comienzo de las escaramuzas me pregunto si era necesario enviar al otro lado del planeta a tantos periodistas chilenos, la mayoría con ninguna o muy poca experiencia en coberturas de este tipo y algunos con los prejuicios propios de quienes no conocen a cabalidad la historia de las relaciones entre estas dos naciones vecinas.

El tiempo transcurrido me ha dado la razón, la presencia in situ de mis colegas chilenos no ha marcado la diferencia y están volviendo a sus programas matinales, porque no es lo mismo informar sobre los tacos de marzo y las mediáticas protestas de Ukamau en la Alameda, que los entretelones de una guerra.

Como ya se ha visto antes, apresurar juicios motivado solo por la emoción conduce a cometer errores. Las verdades de la guerra tardan en salir a la superficie y en no pocas ocasiones han aflorado lejos de los campos de batalla.

Estudio, conocimiento, investigación, análisis y reporteo están en la base del ejercicio del periodismo.

Neutralidad, empatía, mente abierta, cabeza fría, corazón caliente, mesura y paciencia, deben estar siempre en la mochila de los corresponsales de guerra.

Escrito por: José Benítez Mosqueira, periodista.