1,152 días en el mar, la increíble historia de Reid Stowe

19 de octubre de 2021

En 1968 Bernard Moitessier participaba de la famosa y bien remunerada Sunday Times Golden Globe Race, una competencia de hombres solitarios dando la vuelta al mundo en sus barcos. Moitessier iba bien ubicado. De haber seguido en carrera probablemente habría ganado. Pero no lo hizo.

En una época en que no existían los teléfonos satelitales ni el email, Moitessier le envió un escueto mensaje a un carguero: «Sigo, sin hacer escalas, hacia las islas del Pacífico, porque soy feliz en el mar y quizás para salvar mi alma».

A pesar de su deserción, el marino iba a terminar dando la vuelta al mundo sin tocar puerto, sólo que a su aire, en 10 meses.

Inspirándose en Moitessier, Reid Stowe, marino y artista plástico, inició una aventura sideral: dar él también la vuelta al mundo en su velero, Anne, sin escalas, sin aprovisionarse en ningún sitio más que en alta mar, en 1000 días. La bautizó Mars Ocean Odyssey porque 1000 son los días que aproximadamente llevaría una misión al planeta Marte.

Al final fueron más. Partió el 21 de abril del 2007, desde Hoboken, Nueva Jersey, frente a Manhattan, junto a su mujer, Soanya, y regresó a Nueva York sólo (Soanya quedó embarazada y se bajó del bote en Australia el día 307 debido a sus constantes mareos) 1,152 días después.

Stowe no oculta una temporada difícil en su pasado cuando, por traficar marihuana en el Caribe, estuvo 9 meses en prisión. Fue en 1978 cuando Stowe terminó la construcción de su velero de 21,34 metros.

El y su esposa se aprovisionaron con grandes cantidades de comida que luego complementaron con lo que fueron pescando a lo largo del viaje. Llevaron arroz, porotos, salsa de tomate, pastas, aceitunas, chocolates y especias (esto debido al origen indio de Soanya), y 91 kilos de queso parmesano.

Durante más de 2 años, Stowe sostuvo arriba de su barco una puntillosa rutina: por las noches observaba otros posibles barcos en el horizonte. Luego dormía. Bien temprano a la mañana chequeaba su ubicación y las condiciones climáticas. Desayunaba. Anotaba pensamientos y reflexiones. Más tarde se dedicaba a revisar y reparar la embarcación y, por la tarde, después de trabajar en su computadora, contestar mails y confirmar datos varios, pintaba o hacía yoga hasta oscurecer. Entonces el ciclo volvía a comenzar.

A su regreso ninguna autoridad esperaba a Stowe. Ningún político o personalidad destacada mostró interés en estrechar su mano. Sólo estaban allí su mujer, su pequeño hijo, Darshen, su hija mayor (producto de una relación anterior) Viva, su nieto, sus amigos y los medios, por supuesto (no faltaron los periodista que le preguntaron, por ejemplo: ¿qué extrañó más el helado o darse una ducha?).

Después de todo Reid Stowe había protagonizado (y en solitario) la travesía sin paradas más extensa que ningún otro ser humano hubiera realizado jamás.

Comida de abordo para atravesar el planeta

Tampoco se encontraban otros marinos entre aquel el grupo de gente. Por el contrario, gran parte de su viaje estuvo acompañado, además de las buenas vibraciones y esperanzas de su mujer y amigos, de la malicia, el enojo y el desprecio de un puñado de personas aficionadas a las embarcaciones de alta velocidad, que vieron en Reid un espécimen del cual burlarse.

La vuelta de Reid no terminó sobre una alfombra roja. Recién anclado no tenía dinero para mantenerse en el agua y cuidar de los suyos. A pesar de eso, él y Soanya fueron optimistas: «No sabemos cómo sigue esto pero tengan por seguro que hay más aventuras por venir». escribieron en su web http://1000days.net que ahora aparentemente han dado de baja.

Por estos años, Reid expone su arte en una galería de Nueva York y ha llamado la atención de The New York Times que rescató su historia, su arte y, en definitiva, su largo viaje por la existencia.

Reid junto a su arte en una foto de The New York Times.
  • Publicada originalmente en Río Negro
Escrito por: Redacción Zona Zero